sábado, 5 de diciembre de 2009

"NADIE CUENTAESTAS HISTORIAS"


El despertador no alcanzó a sonar, presurosa su mano anuló la estruendosa campanilla antes que las agujas marcaran las seis de la mañana.
Estos últimos días no podía conciliar el sueño, el llanto de su pequeño hijo, el calor del verano acentuado en ese dormitorio de paredes sin revocar, algunas deudas que su magro sueldo nunca alcanzaba a cubrir ni siquiera haciendo horas extras.
Se levantó tratando no despertar a su esposa, la miró y sonrió al ver la panza llena de vida creciendo, se resignó también al pensar cuantas veces le había dicho que no estaban en condiciones económicas de tener otro niño pero en fin, esperaba que viniese con un pan debajo del brazo como dice el dicho.
Fue hasta el baño, cerró la puerta casi sin ruido, se afeitó mientras descubría las nuevas canas entre su pelo, juntó sus manos para llenarlas con el hilo de agua de la canilla, siempre se hacía difícil lo cotidiano en ese barrio alejado pero el esfuerzo valía la pena pronto terminaría de pagar las cuotas del terreno y tendría su propia casa.
Se vistió con prolijidad, al colocarse la garibaldina un rayo de luz que se filtraba por esa ventana recién colocada iluminó su insignia roja donde una figura estaba encerrada entre un par de palabras: Brigada de Explosivos.
Se ajustó el correaje negro reluciente, colocó la pistola reglamentaria dentro de la cartuchera sin poder evitar pensar de que le serviría cuando estuviese desarmando un explosivo pero inmediatamente su mente fue ocupada por los problemas cotidianos.
Tomó un café rápido, besó casi rozar el rostro de su pequeño para no despertarlo y depositó otro en los labios de su mujer que entre dormida le murmuró que se cuidara y que no olvidara averiguar el precio de la cuna para el nuevo integrante de la familia próximo a nacer.
Antes de abrir la puerta de calle miró por la ventana por si había algún paquete sospechoso, caminó hasta llegar al tapial mitad ladrillo mitad alambre y de nuevo observó, también miró sus borceguíes que rápido se habían cubierto de tierra, suspiró, caminó varias cuadras hasta la parada del colectivo siempre atento a cualquier movimiento fuera de lo normal, saludó a sus vecinos y esperó con paciencia pidiendo para sus adentros que no viniese muy lleno.
Cuando llegó a su destino le pasó lo de siempre, olvidó todas sus cosas personales, se sintió como llegando a un refugio seguro de la vida, tomó el infaltable mate con sus compañeros mientras se interiorizaba de la novedades.
Malos tiempos estos años setenta se dijo, bombas por todos lados que no respetaban ni mujeres ni niños.
El teléfono sonó en diversas oportunidades sin preocuparle, con el tiempo parecía haber adquirido una percepción especial para saber cuando se trataba de un llamado que requería de sus servicios.
Al cabo de un tiempo el telefóno vibró de manera especial para sus sentidos, por un instante nadie habló mientras el telefonista anotaba una dirección y datos complementarios.
Su compañero tomó las llaves de la pickup preparada especialmente de un rojo fuerte que no dejaba dudas que pertenecía a tan especial sección.
Ambos se dirigieron hacia el lugar donde se los solicitaba, entre ellos alguna bromas y conversando sobre cualquier tema.
Al llegar vieron un viejo vehículo en el cual se encontraba jugando un grupo de chicos, con rapidez los alejaron respirando aliviados, se abocaron a observar el rodado, enseguida descubrieron el artefacto, él le pidió a su compañero que se alejara mientras procedía a desactivar el explosivo sabiendo que no lo obedecería.
Provisto de un alicate por toda herramienta, a pecho descubierto, como siempre lo hacía comenzó su difícil tarea.
Dicen algunos testigos que les pareció que sonreía al escucharse la ensordecedora explosión, que su compañero pareció querer levantar los brazos o tal vez fue el tremendo efecto que los destrozó.
El sepelio se realizó con las honras fúnebres correspondientes, bandera celeste y blanca con sol, en el centro colocada su gorra sobre el féretro, camaradas desconsolados. En el cementerio parientes, una viuda llena de vida y muerte, un pequeño inquieto que pregunta por su papá, un clarín que llama a silencio.
Allí queda sepultado el cuerpo destrozado de un hombre que murió por cuidar a sus semejantes sin saber que el paso de los años llevará a sus asesinos a ser miembros del gobierno del país por el cual ofrendó su vida.
Sí, esos criminales serán llamados “jóvenes idealistas” que pensaban distinto.

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