viernes, 25 de septiembre de 2009

Patrullaje ideológico

Por editora / 25 de septiembre de 2009
por Norma Morandini
Si la comunicación es inherente al sistema de libertades, le cabe al Estado comunicar todas las acciones y decisiones que afectan la vida de la población, como la de promover los derechos y los deberes ciudadanos.
Menos dramáticos y más festivos, los brasileños acuñaron en el inicio de la democratización una expresión que bien sirve para la Argentina de hoy, el “patrullaje ideológico”. La persecución de los que se arrogan el progresismo social para invalidar los que contradicen sus ideas o posturas. Resulta paradójico que en nombre de acabar con una ley de la dictadura aparecimos desnudos antes nosotros mismos con las miserias que supimos construir: la intolerancia. Lejos del debate de ideas, hubo y hay un festival de epítetos, descalificaciones personales que muestran ya lo endeble de los argumentos. Si para fortalecer una idea hace falta descalificar al que la cuestiona, el que se muestra endeble es el mismo argumento. En la Argentina lastimada por la desconfianza y el autoritarismo, lo único que puede protegernos de la sinrazón es que nos elevemos y protejamos debajo del paraguas de los valores.
Sin ideologizar los Derechos Humanos que son universales, no admiten interpretación, no son de derechas ni de izquierda. Solo deben ser consagrados por el Estado y respetados por la ciudadanía. No son el patrimonio de los que sufrimos la dictadura y militan en la izquierda sino el mayor legado universal dejado por la locura del nazismo y la segunda guerra mundial. Entonces, los hombres sensatos del mundo entendieron que los seres humanos debían vivir sin miedo, sin miseria y disfrutar de la libertad de la palabra. Un valor encarnado ya en las democracias desarrolladas y que entre nosotros se declama sin que se haya institucionalizado como valor. Tal vez porque aún pesan las décadas de autoritarismo en los que los gobernantes, militares y civiles, cayeron en la tentación de la censura como un gesto de dominación para cancelar la dinámica social que da la libertad. Y por eso, nada advierte mejor sobre la importancia de la prensa en un sistema de libertades y contrapoderes que la cancelación de esa transacción de conflictos para crear una falsa idea de normalidad. Porque los argentinos tenemos una odiosa tradición de partes oficiales que reglamentaron con las prohibiciones cómo se debía vivir, qué leer, cómo pensar, es fácil reconocer, a ese chaleco de fuerza que maniató el natural desarrollo de nuestra sociedad y nos dejó rezagada en relación a las democracias desarrolladas.
Si como decía Octavio Paz, el fundamento de la democracia es la conversación, la palabra hablada, la cancelación de ese diálogo entre los diversos y múltiples sectores que configuran una sociedad democrática, diseña un poder autoritario, que en general, habla mucho pero escucha poco. En cambio, la libre crítica y el respeto a las minorías son las que dinamizan el debate e instituyen la esfera pública de la opinión y la expresión de los intereses y derechos de sectores diversos, a veces, confrontados. Si se monopoliza la información, ya sea por el Estado o por un grupo mediático, se confunde consenso con unanimidad. Las democracias modernas, basadas en la legalidad de los Derechos Humanos, son definidas no sólo por las elecciones, la división republicana de poderes, el respeto a la voluntad de las mayorías y de las minorías, sino que los nuevos derechos instituyen un contrapoder social que controla, interpela, modifica la acción estatal y el poder de los gobernantes. Es función del Estado garantizar la libertad de expresión. Un derecho que no es sólo individual sino se potencia con la libertad del otro y se expresa en el debate y la crítica, inherente al sistema de libertades. Le corresponde a la ciudadanía, con su participación, influir sobre lo que recibe como mensaje.
El poder de la prensa no radica en el periodista sino en la opinión pública a la que expresa, y por eso, debe ser independiente de los poderes y responsable con esa libertad. El ejercicio de ese derecho instituyó otros, como son los derechos de la sociedad a ser informada lo que obliga a los gobernantes a dar cuenta de sus actos, o sea: publicitar sus acciones.
El escaso desarrollo democrático de la sociedad como contrapoder de control a los gobernantes, naturalizó la utilización de los fondos públicos en las campañas electorales de los partidos en el gobierno. Tal como sucede en otras sociedades en el mundo, en Argentina se comienza a debatir sobre las formas mas sofisticadas de las nuevas censuras o ingerencias del poder político sobre la prensa. Tales como la pauta oficial, utilizada menos para informar, divulgar, concientizar o promover valores universales, que para domesticar la crítica. Recursos del estado utilizados en beneficio de los periodistas y no de la sociedad.
Si la comunicación es inherente al sistema de libertades, le cabe al Estado comunicar todas las acciones y decisiones que afectan la vida de la población, como la de promover los derechos y los deberes ciudadanos. Como se trata de los fondos públicos puestos al servicio de esta comunicación-información-formación, el carácter fundamental de la pauta oficial debe ser su equidad y transparencia.
Los argentinos ya incorporamos como valor cultural, el derecho a decir, resta, ahora, corregir las distorsiones de confundir prensa con propaganda, y sobre todo, reconocer la tentación autoritaria de ejercer la censura a través de otros mecanismos más sutiles, y por eso, menos visibles, como sucede ahora, desde los medios mal llamados públicos que hacen escandaloso oficialismo, son irresponsables al denostar personalmente a los que no creemos que el fin justifica los medios y reclamamos que se democratice el debate sobre la necesaria regulación del espectro radioeléctrico y el legitimo derecho de las organizaciones sociales a contar con micrófonos propios. Alarma que lo que se diseñará como futura red pública se utilice para hacer la propaganda del oficialismo de turno como sucede hoy con tantos periodistas que trabajan en el sistema de medios públicos, donde se debate menos y se descalifica más. Sin saber que la credibilidad es lo único con lo que cuenta un autentico periodista Y eso se consigue con independencia, del mercado o del Estado.
Asusta constatar en los legítimos defensores de la ley, la ira y el desprecio con aquellos que, como en mi caso, nos negamos a convalidar con el voto todas las trampas, el maltrato y la urgencia con la que se impuso esta ley. No recibí una carta, ningún pedido de audiencia para debatir realmente la ley, para ser convencida con otros argumentos. Tan solo desprecio, sin que nadie se indague sobre lo que debe guiar la conducta de un legislador, su honestidad. No dudo de las personas, me alarma sí la escasa conciencia sobre el valor de la prensa como constitutiva de la democracia. Tal vez, debiéramos debatir también como se forman los futuros periodistas ya que muchos confunden prensa con comunicación, sin advertir que cuando se habla de libertad de expresión, se habla de Derechos Humanos, los que no admiten interpretación.
A no ser que, en realidad, no se crea en la democracia y se utilice un instrumento de la democracia para atentar contra la democracia.
Norma Morandini es periodista, escritora, diputada nacional y senadora nacional electa.

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