Por Ana Gerschenson. Periodista
En 1978, en pleno conflicto diplomático entre Argentina y Chile por la soberanía del Canal de Beagle, el entonces jefe del Tercer Cuerpo del Ejército, general Luciano Benjamín Menéndez, prometía a las tropas argentinas movilizadas a Bariloche que en la próxima Navidad se iban a “lavar las bolas en el Pacífico”. No era una broma. Había caminos minados en las fronteras y trenes repletos de ataúdes rumbo a la frontera, en una tétrica planificación militar de los que sería la lucha armada con los soldados trasandinos. La intervención a tiempo del Vaticano diluyó la locura.
En 1982 llegó la guerra por Malvinas, y el apoyo bélico del gobierno del dictador Augusto Pinochet a las fuerzas militares del Reino Unido. Una herida demasiado profunda que contaminó la relación bilateral.
El restablecimiento de la democracia de los dos lados de la Cordillera trajo madurez diplomática y voluntad de acercamiento.
Raúl Alfonsín se valió de una consulta popular para terminar de sellar la paz por el Beagle. Y luego durante el gobierno de Carlos Menem, ambos países se propusieron identificar los conflictos de soberanía para resolverlos. Se firmó un acuerdo para poner fin a 22 puntos de históricas disputas. Y como no había coincidencias, se llevó Laguna del Desierto a un arbitraje latinoamericano. El fallo fue favorable a la Argentina.
Resta todavía completar la demarcación del más difícil de los puntos: los Hielos Continentales, cerrado luego de mucha polémica en 1998.
La historia muestra lo que ha costado en los últimos 30 años recuperar la relación entre argentinos y chilenos, teñida durante décadas de desencuentros por un sentimiento fuerte de recelo y desconfianza mutua.
En el pasado reciente hubo gestos que acercaron como nunca a los gobiernos de Santiago y Buenos Aires: ejercicios militares conjuntos, posiciones diplomáticas en sintonía a nivel internacional y hasta la relación cercana entre la Presidente Cristina Kirchner y la ex mandataria trasandina Michelle Bachellet.
Pero se ha retrocedido en el camino de la reconciliación. La decisión de otorgale condición de refugiado político a un terrorista acusado por la Justicia chilena por un asesinato político ocurrido en democracia, en Chile huele a traición, a burla. Y la verdad es que en la Casa Rosada sentirían sin dudas el mismo sabor amargo si el caso hubiese sido al revés.
Hoy, los chilenos vuelven a ha
blar de desconfianza, de decepción, de protestas diplomáticas, de tribunales internacionales. De recelos.
Hoy vuelve a haber un conflicto concreto e innecesario entre Chile y Argentina. No hay manera de leer este incidente como un paso adelante en la relación bilateral o regional. Aunque el canciller se esmere en asegurar que está todo bien. No está todo bien.
martes, 5 de octubre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario