Una fiambrería clásica, que es como el museo del barrio
29/09/10 Jamones y manjares conviven con autos antiguos, motos y fotos con la historia de la zona.
PorMARIA LAURA MONESTEROLO
Atravesar esa puerta marrón de hierro forjado es hacer un viaje en el tiempo a mediados del siglo XX. Afuera, casas modernas y autos último modelo. Adentro, un comercio con buena parte de su mobiliario original y que, además, tiene la particularidad de conservar como si se tratase de un museo, distintas cosas que la familia Pastene ha decidido coleccionar desde que abrieron, en octubre de 1946. Por eso, la Fiambrería Pastene, en la calle Monasterio 402, es un clásico de Vicente López.
“Mis papás se casaron el 24 de octubre de 1946 y cinco días más tarde abrieron el local, que en un principio era una de las lecherías La Martona con reparto (que hacía mi padre), y sólo vendía leche, dulce de leche, manteca y crema. Todos los días, abrían a las dos de la mañana. Llevaron una vida de verdadero sacrificio y trabajo, a la italiana. Realmente muy admirable”, cuenta orgulloso Guillermo –uno de los tres hijos de Catalina y Carlos Pastene– quien, desde hace dos años, atiende y administra negocio: su sonrisa se ilumina al contar la historia familiar.
En 1947 la lechería comenzó a incorporar la venta de comidas caseras , elaboradas por Catalina con recetas familiares. Esa tradición, todavía hoy y al igual que muchas otras, se sigue manteniendo, pero esta vez cocinadas por Graciela, la esposa de Guillermo. “Si bien ahora ninguno de mis hijos se dedica al negocio, yo espero que el día de mañana alguno siga: estas pequeñas cosas han marcado a los Pastene”, explica el actual administrador.
El nacimiento de Carlos, el hijo mayor, llevó en 1948 a don Pastene a atender el mostrador junto a su esposa. La familia se amplió en 1949 y en el 56, con la llegada de Guillermo y Horacio. “Los tres nos criamos acá dentro. Todos tenemos muchos recuerdos de la historia de este lugar. Siempre fue como el living de nuestra casa”, recuerda Guillermo.
Además de la estampa de don Pastene, lo que le dio fama a la actual fiambrería es su museo: motos antiguas colgadas de las paredes –pasión de Carlos (padre) y Guillermo–; un viejo automóvil, que brilla más que los nuevos de la calle, en un rincón. Al lado de la puerta, un piano restaurado, al que Guillermo decidió escribirle los nombres de sus hijos y sobrinos; viejas cacerolas sobre una mesa, las primeras que usó Catalina para hacer la comida que vendía el negocio; sobre el mostrador, un viejo barco miniatura.
No hay rincón de la fiambrería que no reviva el pasado. No hay lugar que, desde una fotografía o un objeto, no revele algún momento de la historia de la familia y del local, que es también la del barrio. “Es tanta la identificación que los vecinos sienten con el negocio, que nos traen objetos antiguos para que los exhibamos. Eso nos hace sentir muy bien, porque entendemos que, además de clientes, después de tantos años, ya son amigos. Muchos se han mudado, pero muchísimos están y, a su vez están los hijos y los nietos. Esto es una gran familia”, cuenta sonriente Guillermo.
De un lado a otro, esquivando de memoria las cosas que se exhiben en el local, el dueño pasa sus horas entre proveedores y mercadería. Conoce cada precio y entiende lo que cada uno de sus clientes quiere, aún antes de que lo explique.
El empleado que lo ayuda, a pesar de conocerlo hace un tiempo, todavía se sorprende: “A veces, levanto un artículo y él, aunque esté distraído, rápidamente me responde cuánto sale”. “Es pasión lo que tengo yo por esta vida. Este lugar es todo para mí”, aclara Pastene.
Vicente López ya no es la zona de quintas que era cuando la fiambrería se instaló hace 64 años. Hoy es un distrito urbanizado del norte del Gran Buenos Aires, con grandes y modernos comercios y supermercados. Pero en la esquina de Monasterio y Adolfo Alsina, siempre remitirá a los orígenes porque, según los deseos de Guillermo, este negocio continuará de la mano de algún Pastene.
miércoles, 29 de septiembre de 2010
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